La quinta

Yo soy la quinta. La quinta hija de mi madre y de mi padre y eso en mi tierra, una tierra de duende y embrujo, quiere decir que tengo gracia.
La gracia es inefable, solo se puede intuir a través de las tareas que te toca realizar, a saber: subirte a la mesa a cantar y a bailar para el disfrute de familiares y vecinos, pegar con precisión los trozos del jarrón que se acaba de romper o aliviar con tus manos las piernas doloridas de tu padre después de un día de trabajo.
Por eso cuando, muchos años después, llegó él tan roto por la vida, tan dolorido por el amor, supe qué hacer. Coloqué mi mano derecha sobre su pecho izquierdo y susurré: “Sana, sana, culito de manzana, si no sana hoy, sanará mañana”.
Y sanó.

La quinta de Isa Monteoliva

Ilustración de Isa Monteoliva

Este relato fue publicado en el Proyecto Atrapalabras


A Facebook no le gusta la palabra clítoris

Me llamo Amor Prior y, para quién no me conozca, soy entre otras cosas narradora oral. El pasado 1 de agosto lancé junto a la productora audiovisual Yo te hago el vídeo un proyecto ilusionante, llevar a vídeo, en formato serie, mi espectáculo escénico, El sexo de Ana pero cuando lo lanzamos nos dimos cuenta de que algo no marchaba bien, la visibilidad del contenido era muy baja.

El funcionamiento de las redes sociales es cada vez más complejo. Por eso, dejando al margen el interés que pudiera producir nuestro contenido en la audiencia, empezamos a investigar las posibles causas de este fenómeno. El alcance orgánico de estas plataformas en la actualidad ha descendido drásticamente con respecto al pasado. Lo que buscan las mismas es que publicites el contenido, es decir, que pages. También intuimos que la palabra sexo, contenida en el título del proyecto, podría estar haciendo que los buscadores ocultaran el contenido y decidimos resignarnos y autocensurarnos por el bien del proyecto. Por lo que la serie pasó a llamarse La historia de Ana, mucho más comedido, no quisimos complicarnos aunque también podríamos haberla titulado El piii de Ana u otros títulos que os invito a imaginar.

El remate llegó cuando nos dispusimos a invertir unos pocos euros en nuestro proyecto, una vez alcanzado el capítulo cinco, El clítoris. Facebook se negó a publicitarlo alegando: “El anuncio no está en circulación porque es sexualmente provocativo o resulta demasiado sugerente”. Nunca me habían dicho algo tan bonito, pero lo que yo quería no eran piropos, era visibilidad. Así que me afané en descubrir qué era lo que le parecía tan mal a la red estadounidense.

Pues bien, todo el problema residía únicamente en la palabra clítoris. Nadie había revisado el contenido del vídeo. Lo que censuraban era el nombre de un órgano. Eso sí, no de un órgano cualquiera, sino de un órgano sexual exclusivamente femenino y cuya única función es la de dar placer. Justamente en ese capítulo lo que se critica es la educación sexual española a principio de la década de los noventa, contando la anécdota de que en el libro de texto de la protagonista no aparecía el clítoris.

Parece ser, que en el año 2019, casi tres décadas después, la palabra clítoris sigue siendo tabú en una red social para mayores de edad, mientras que la palabra pene, el símil en masculino más cercano a clítoris que encontré, no les ocasiona ningún contratiempo como pude comprobar al realizar la misma publicación a excepción de cambiar la palabra pene por clítoris. Por no hablar de otros contenidos de carácter violento que asaltan nuestras retinas sin previo aviso cuando estamos navegando por la red. A día de hoy no se conocen con transparencia los criterios de censura de Facebook pero parece que caen continuamente en contradicciones. Finalmente, Facebook rectificó y publicó el contenido cuando alegué que era un espectáculo escénico. Parece ser que el vídeo fue revisado por un humano que le dio el visto bueno. Todo esto no dejan de ser conjeturas con la poca información que manejamos.

Precisamente, yo cree El sexo de Ana para nombrar lo que hasta entonces no había sido nombrado, o no lo suficiente, o no de la manera que yo quería escucharlo. Yo quería hablar de la sexualidad femenina desde una visión de mujer pues considero que nuestra sexualidad ha sido silenciada y secuestrada por el patriarcado. Una mujer no puede hablar de su cuerpo con naturalidad, inocencia y gracia pero sí pueden saturarnos con imágenes donde se nos objetualiza y aparecemos en actitud sumisa con total impunidad.

He de reconocer que aunque como artista siempre he tratado de ser una libre pensadora para poder ser una libre creadora cuando después de tantos esfuerzos por sacar adelante el proyecto me encontré con el obstáculo de que uno de los pocos medios que tengo a mi alcance para dar a conocer mi obra me vetaba me desanimé y pensé en autocensurarme pero una vez recobrada la calma me di cuenta de que el algoritmo es una máquina. ¡Facebook es una máquina! Y eso puede ser una mala o una buena noticia para nosotros, humanos.

Las máquinas no comprende los múltiples y complejos significados del arte. Por suerte, nosotros somos humanos y sabemos que la censura está para ser esquivada y así lo hemos demostrado en numerosas ocasiones en el pasado. Por eso, mi decisión es la de seguir cultivando mi espíritu crítico sin miedo. Yo voy a seguir contando las historias que nazcan de mi ser libre y generoso, conectando con mi tiempo y con sus necesidades, aunque no sea el camino más fácil.foto face anuncio cli

¿Por qué hago La pin-up cuentacuentos en la calle?

¿Por qué hago la pin-up cuentacuentos me pregunto mientras después de hacer durante una hora de estatua humana me duele hasta el lunar pintado?

Todos los domingo voy a El rastro y me pongo en la puerta de El Teatro Pavón Kamikaze a hacer mi espectáculo de Narración oral de calle. “La pin-up cuenta cuentos a grandes y a pequeños. Si le echas una moneda te regala una historieta” se puede leer en el cartel que coloco a mis pies. Cuando le dije a mi madre que me iba a subir a una mesa en mitad de la calle vestida de pin-up y con un libro en la mano a esperar a que alguien me echara una moneda para contarle una historia, se puso a llorar. Ella hubiera preferido que opositara como algunas de mis hermanas, dos son profesoras. Mi madre aún no ha aceptado mi vocación y a veces me dan ganas de decirle lo mismo que le dijo Federico García Lorca a su padre por carta: “A mí ya no me podéis cambiar. Yo he nacido poeta y artista como el que nace cojo, como el que nace ciego, como el que nace guapo”.

¿Por qué?, la pregunta del dolor, como diría Angélica Liddell. ¿Qué necesidad tengo yo de exponerme de esa manera, teniendo varias obras para público familiar y adulto en las salas del teatro off de Madrid? Que no será ninguna maravilla pero al menos no estoy mendigando, como diría mi madre.

Por dinero no es, eso seguro.

Todo empezó hace poco más de un año, en la primavera del 2018. Vivía entonces en la calle Santa Ana, una calle cercana a El rastro, cuyos comerciantes habían decidido hacer un mercado el primer sábado de cada mes. Ese día mi calle se llenaba de puestos, de gente y de artistas callejeros. Yo desde mi balcón lo miraba todo mientras leía el libro El arte de pedir, de Amanda Palmer. La combinación de estos estímulos hizo que tomara la decisión de que yo también quería formar parte de la vida y no verla suceder desde mi pisito de corrala. Y es por eso, que una tarde me acerqué a la librería La fabulosa, no podía tener un nombre más apropiado, que regenta la maravillosa, Ana Garralón. Yo por entonces no la conocía y menos mal porque quizás no me hubiera atrevido a entrar en su establecimiento y ofrecerle “hacer algo” en torno a la narración. Yo pensaba contar para niños en el interior del local pero ella me propuso hacerlo fuera, ahora que hacía buen tiempo y para adultos. Buena visión.

Así decidí salir a la calle, ponerme encima de la mesa y hacer dos pases de un cuento mío breve, unos doce minutos, el primero que escribí para contarlo a viva voz, titulado, La ballena más solitaria del mundo y que aún sigo contando cuando la situación lo requiere.

¡Funcionó! Hice dos pases, se formó un corrillo, la gente echó dinero, a mí me pareció bastante… Pero sentí que no era el mejor formato para calle y, después de pensarlo bastante, creé la pin-up cuentacuentos, mezclando la narración oral con un clásico del espectáculo callejero, la estatua humana.

Así, vestida de pin-up, un estilo que me parece adecuado para El rastro, me subo a un modesto altar, acorde con mis recursos, y me quedo quieta, en posición pin-up con un libro en la mano, estatua humana, y cuando alguien me echa una moneda, vuelvo a la vida, me quito las gafas de sol, miro a mi espectador a los ojos y le cuento un cuento o le recito un poema, mío o de otros autores a los que admiro, para finalmente, arrancarlo del libro, entregárselo a la persona que me ha dado la moneda, lanzarle un beso, también de estilo pin-up, ponerme las gafas de sol y volverme a quedar inmóvil tras adoptar una postura pin-up, siempre pin-up, todo muy pin.up.

En un principio, creí que era algo nuevo para mí pero las imágenes que me sobrevenían mientras estaba quieta haciendo de pin-up me conectaron con mis raíces, Almería. Me veía de niña junto a mi abuela cuando íbamos a la casa de alguna vecina y mi abuela me subía a la mesa para que le cantara y le bailara a su amiga, a veces interpretaba El baile de los pajaritos y a veces me arrancaba por Martirio. Otras me veía vestida de maya en la calle donde crecí y rodeada de hermanas y vecinas que pedían: “Una “pesetica” “pa” la maya, una “pesetica” “pa” la maya”, una tradición hermosa que se ha perdido o sustituido en mi tierra. Finalmente, me veía actuando con el grupo de teatro de calle La duda teatro. Un grupo que se creó en los años setenta, con el bum de sacar el arte de los contenedores clásicos, y al que yo llegué con dieciséis años y que aún a día de hoy son parte de mi familia.

¿Y es por eso que hago La pin-up cuentacuentos? En parte, esas experiencias quedaron grabadas en mí, son momentos de mi vida que conectaron con mi esencia, con mis talentos, pero no es solo por eso.

La idea de libertad me seduce poderosamente. El hecho de saber que no dependo de nadie para poder expresarme y conectar con otros, que solo tengo que salir a la calle y hacer lo que siento que es mi vocación, me da una sensación de control que busco desde que me enamoré del teatro con quince años y me dijeron que el oficio del actor consistía entre otras cosas en esperar a que sonara el teléfono. Esta parte nunca me gustó y por eso, siempre supe que tendría que emprender mis propios proyectos, como hice con diecisiete años cuando escribí, Brilla, brilla, estrellita para mí y otras cuatro compañeras, la dirigí, hice la escenografía y el vestuario e interpreté uno de los cinco personajes, y como sigo haciendo desde entonces.

Pero no se queda solo en eso. El hecho de lidiar con el miedo y por ende con el valor, con el riego que supone cualquier directo pero este llevado al límite por estar tan expuesta en mitad de la calle, en la calle puede pasar cualquier cosa, hace que me relacione con mi miedo de una manera intensa y profunda y que toda esa experiencia se revierta en el escenario. Para mí, y para Grotowski, el actor se tiene que entrenar en la valentía, y la calle me resulta un excelente entrenamiento.

También está el hecho de descubrir a esas personas sensibles, esas que reconocen en su necesidad de que le cuenten una historia, que son permeables al momento, a lo que se les cruza en su camino, que tienen un instante para parar y escuchar, que son tan valientes como para dejarse inundar por vete tú a saber qué. Mis espectadores son los mejores, se paran frente a mí y me miran a los ojos y me escuchan, sin conocerme, están abiertos a una experiencia comunicativa con una chica que se viste de pin-up, se sube a una mesa y se queda quieta. Ellos sí que son valientes y me proporcionan mucha fe en que mi trabajo aún merece la pena y muchas anécdotas. Desde el hombre que confiesa que hacía años que alguien no le dedicaba unas palabras hermosas, en mi repertorio llevo algún cuento y algún poema que habla sobre el poder curativo de las palabras, hasta el niño que se acerca muy despacito y te toca suavemente un dedo del pie o la pierna para comprobar si eres de verdad.

Y en medio de toda esta belleza, el dolor. Realmente duele mucho estar ahí de pie, inmóvil, casi tanto como ser creadora escénica en nuestro país. Por eso, mientras estoy allí esperando a que alguien me eche una moneda, a la espera del milagro, siempre pienso: Yo nací artista, y aunque duela, no me bajo de la mesa.

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Fotos de Pitissy

La pandilla basurilla (Relato premiado en la segunda edición del Certamen de Relatos Breves “El teatro enseña”)

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Juan sólo tiene 24 años, pero está a punto de cumplir su sueño. Con un Grado en Maestro en Educación Primaria y un Máster en Pedagogía Terapéutica, Juan acaba de ser contratado en un colegio privado. Es 1 de septiembre y de camino al centro, con su carpeta y su blog recién comprados para la ocasión, piensa en cuando comenzó todo. De pronto, le viene un recuerdo a la mente. Es él de niño diciendo:

    • Yo de mayor quiero ser maestro.

Después recuerda su adolescencia y las ganas de ayudar a los demás. Sobretodo a los niños. Le parece que son los que más lo necesitan. Son tan pequeños, saben tan poco. Por eso, al acabar bachillerato decidió estudiar magisterio. Quería hacer que los niños fueran lo más felices posible. Ya en la universidad supo que trabajaría con los que más lo precisaban, y por eso, se especializó en Pedagogía Terapéutica.

Una vez en el centro empiezan las reuniones para preparar el curso escolar y Juan es informado de que en el centro existen ocho alumnos con necesidades especiales; dos con discapacidad sensorial, uno auditiva y otro visual, uno con discapacidad intelectual, síndrome de Dawn, otro con discapacidad motora de origen cerebral que requiere de silla de ruedas, otro con trastorno del espectro autista, síndrome de Asperger y conducta violenta, otro con trastorno por déficit de atención con hiperactividad, otro con trastornos emocionales postraumáticos que se traduce en una introversión severa y finalmente, un niño diagnosticado de Altas Capacidades. Juan realizará su adaptación curricular. El refuerzo se llevará a cabo de manera individual y grupal en el aula de PT . Tres horas de manera individual y dos compartidas por semana.

El colegio se llena de gritos y de risas, de olor a libro nuevo. Es el primer día de clase. Juan empieza a conocer uno a uno a sus alumnos durante las sesiones individuales.

El primer día que Juan reúne a todos sus alumnos para la sesión conjunta, después del recreo, van andando por el pasillo hacia el aula de PT (Pedagogía Terapéutica) cuando se cruzan con otro grupo de niños que suben colorados del descanso. De esa masa sudorosa sale una voz que exclama: La pandilla “basurilla”. Todos ríen. Todos menos sus chicos que ahora miran hacia el suelo. Juan no sabe como reaccionar y hace como si no hubiera escuchado nada.

Ya desde ese primer día, Juan se da cuenta de las dificultades para poder atender a la vez a un grupo tan diverso. Le parece que esa dos horas apenas son aprovechadas por sus alumnos, que su trabajo no tiene una incidencia en el desarrollo de sus capacidades. Después de cada sesión conjunta, Juan termina preocupado. Sabe que algo no va bien en su trabajo, pero no sabe como mejorarlo.

Una tarde, a la salida de uno de los ensayos del grupo de teatro amateur al que Juan pertenece desde hace años, tiene una idea. Empieza a relacionar su grupo de teatro, tan heterogéneo, amas de casa, abuelos que no pudieron ir a la escuela, adolescentes que sueñan con ser actores y él mismo, un maestro que simplemente disfruta de esos momentos. Cae en la cuenta de todo lo que el teatro le ha aportado, como le ha ayudado a desarrollarse de una manera integral. Sin duda no es el mismo que se unió hace tiempo a aquel grupo. Ahora no le cuesta hablar en público, conoce mejor su cuerpo, disfruta jugando con sus compañeros a ser otro, expresa ideas y emociones de una forma que en otro entorno sería difícil, le es más fácil imaginar como se sienten otros, pero sin duda lo que más le gusta es el grupo de amigos que conforman, tan diferentes pero tan iguales a la vez. Está decidido. Esa dos hora semanales que pasa con sus alumnos programará un taller de teatro.

Al día siguiente, Juan llega al colegio lleno de ilusión. Se reúne con el jefe de estudios y le presenta su plan. El jefe de estudios se muestra algo escéptico pero cuando ambos se lo cuentan a la orientadora a esta le parece una idea extraordinaria y finalmente Juan tiene carta blanca para poner en funcionamiento su taller.

Juan trabaja mucho durante toda la semana para conformar la programación del taller. Entre sus conocimientos y un par de manuales se siente listo para emprender la aventura. Cuando llega la sesión con sus alumnos Juan le cuenta emocionado su idea y consigue contagiar a sus alumnos que en un principio se mostraron algo reticentes.

Desde ese día, ya no dan la sesiones en el aula de P.T, o aula “Para Tontos”, como la denominan muchos de los alumnos del centro. Ahora se llevan a cabo en el salón de actos. Empiezan con juegos dramáticos donde desarrollan muchísimas capacidades sin darse cuenta, capacidades que nunca habían desarrollado, al menos en la escuela, pero sobretodo se van conociendo por primera vez.

Empiezan el segundo trimestre con una nueva propuesta de Juan. Crearan su propia obra de teatro. Ellos lo harán todo; escribirán el texto, diseñaran el vestuario y la escenografía, lo realizaran y por supuesto, lo interpretaran delante de todo el colegio. Los chicos están entusiasmados. Pronto saben de lo que tratará su obra. Quieren contarle al mundo cómo es vivir con una discapacidad, quieren decirle a los demás que ellos también tienen emociones, pensamientos y sentimientos, que sueñan, desean y tienen necesidad de tener amigos.

Para las vacaciones de Semana Santa ya tienen lista la obra. Van a representarla el último día antes de las vacaciones. Cuando llega el día de la representación están muy nerviosos, pero han trabajado mucho y todo va a salir bien. El salón de actos está lleno. Todos los maestros y alumnos del centro están allí y por supuesto sus padres. Se abre el telón y todos quedan fascinados de como María interpreta lo que dicen sus compañeros a través de la lengua de signos, les parece que hace una danza maravillosa con sus manos y a más de uno le entran ganas de aprenderla. Dario se mueve con soltura por el escenario ¿Acaso ha recuperado la visión?, se preguntan sus compañeros. Noelia danza maravillosamente bien, su retraso mental no le impide en absoluto expresarse a través de su cuerpo con una libertad y una gracia que todos admiran. Nacho hace toda una exhibición con su silla de ruedas, realmente no parece limitado. Jose muestra su memoria fotográfica y todos sus conocimientos específicos narrando algunas anécdotas ocurridas durante el recreo ese mismo año, como cuando Carlota se encontró un paséridos, un gorrión, herido y todos disfrutan con sus relatos. Manuel baila break dance, entonces todo el público piensa que quizás a Manuel le cuesta quedarse en clase quieto y atender porque, en realidad, es un bailarín, que quizás, el nació para bailar. Carmen, siempre tan callada y tímida, les habla ahora a sus compañeros con voz alta y clara y todos la escuchan. Mario ha sido en último termino el creador de la obra, aunando las propuestas de todos sus compañeros, realmente parece más un artista que un empollón. Durante la obra lanzan su mensaje, cuentan sus historias, se dan a conocer a los demás y el auditorio comienza a conocerlos, a entenderlos, a admirarlos.

Cuando termina la función, todo el patio de butacas aplaude con entusiasmo y le aplauden a ellos, no a la sorda, al ciego, a la retrasada, al paralitico, al raro, al que no para quieto, a la invisible, al empollón, a la pandilla “basurilla”. Les aplaude a ellos; a María, a Darío, a Noelia, a Nacho, a Jose, a Manuel, a Carmen, a Mario, a una pandilla de artistas.

Después, todos vuelven a sus clases. Todos, menos Juan que permanece en el salón de actos recogiendo las sillas. Entonces, entra Paula, la mamá de Mario. Quiere agradecerle en nombre de todos los padres de sus alumnos lo que ha hecho por ellos, las ganas de ir al colegió, sus ojos brillando cuando hablaban de las clases de teatro y lo mucho que han mejorado en tantos otros aspectos. Antes de salir, Paula se gira hacia Juan y le dice lo que hace una semanas le comentó Mario:

    • Mamá, quiero ser maestro, como Juan.

Juan sonríe y sus ojos se humedecen.

Crónica de La voz del cuento del 4 de septiembre por Amor Prior

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El pasado 4 de julio, recién llegados de las vacaciones, celebramos la tercera sesión de La voz del cuento que se desarrolló así:

Ani fue la encargada de abrir la contada. Después de informar que La voz del cuento la organizamos ella y yo y de que el proyecto parte de la escuela de Héctor Urién, que las contadas se van a realizar, normalmente, el primer domingo de cada mes y a las 12:30 h, menos en octubre porque Ani se casa, de que los asistentes hacen una aportación de 2 euros y de que al final de la contada se abre la barra para tomar el aperitivo, Ani comenzó su cuento.

En esta ocasión Ani narró Los tres cerditos o Los tres chanchitos. Una fábula de animales personificados que todos conocemos. Las primeras publicaciones datan del siglo XIX, pero es mucho más antigua. Se cree que proviene de las leyendas celtas. Algunas de estas leyendas mostraban a los protagonistas abandonando el hogar familiar y su protección en su juventud aventurándose a un exterior lleno de peligros y problemas.

Ani eligió este cuento porque es universal, gusta a grandes y pequeños, a pesar de conocer la historia. Ella introdujo pequeñas variaciones para darle dinamismo, y así, consiguió que el público mantuviera su atención y se divirtiera.

La segunda narradora fue Mayte que contó El chico y el cocodrilo. La versión que contó es africana pero existen otras que provienen de America del Sur o Europa. Es un cuento anónimo de tradición oral. Se puede encontrar bajo otros títulos, El campesino y la culebra, La culebra y la zorra, etc. Según la región cambian los animales del cuento pero se mantiene la mayoría de la estructura.

A Mayte le gustó este cuento la primera vez que lo leyó, porque a través de su historia nos explica de una manera muy visual una actitud humana como es la ingratitud.

La tercera narradora fue Laura y contó El gallo Kiriko que ha sido recogido en diferentes versiones por distintos autores como Antonio Rodríguez Almodóvar. Las versiones mantienen el esquema principal del cuento (el gallo que va a la boda del tío Perico y en el camino necesita la ayuda de una serie de personajes) y el carácter acumulativo pero en cada una varía el número de personajes, y algunos detalles como si el pico se le rompe o sólo se le mancha y si le acompaña durante toda la historia el personaje del gusanito, variando ligeramente el sentido del cuento. Pero como buen cuento tradicional, aún con estos cambios, es perfectamente reconocible en cualquiera de sus versiones.

La primera vez que Laura lo escuchó tenía gusanito y otros cuatro personajes (la lechuga, la oveja, el palo y el fuego), además del gallo al que se le mancha el pico de barro al coger al gusano para comérselo. Lo escuchó hace muchos años, siendo pequeña, en una época en que la oralidad la rodeaba a diario en la voz de abuelos, padres…o, como en el caso de este cuento, a través de una cinta de casete que repetía incansable las palabras mágicas: Había una vez…

La última en narra fui yo, Amor. Elegí para la ocasión la historia de Ratón Pérez de Luis Coloma, que introdujo la tradición en España, pero parece que hay evidencias de que ya existía anteriormente alusiones a este personaje. El padre Coloma escribió este cuento para el futuro rey Alfonso XIII, que entonces tenía 8 años, y al que se le cayó un diente.

Conté la historia de El ratón Pérez porque me parece que el público, adultos y niños, está interesado en escucharla. Pues conocen muy bien al personaje pero no conocen realmente su historia.

La próxima contada será el 18 de octubre a las 12:30 h. cambiamos la hora, ponemos la actividad media hora más tarde, para que así se haga la hora del aperitivo, tras la contada y poder quedarnos en El despertador tomándolo y charlado sobre los cuentos tradicionales. Mientras tanto:

Que los cuentos tradicionales os acompañen.

Crónica del 17/07/2016

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La segunda sesión de La voz del cuento se llevo a cabo, como siempre, en domingo y a las 12 del medio día en la Asociación Cultural El despertador. Me tocó abrirla a mí, Amor Prior. Para esta ocasión elegí el cuento de La muñeca que cagaba monedas de oro. Es un cuento que mi tía Rosa, la hermana mayor de mi madre, le contaba a esta cuando era niña. Además de esta fuente, también he encontrado una versión del mismo en una tesis doctoral sobre cuentos de transmisión oral del Levante Almeriense de Ana Manuela Martínez García.

Yo conté mi propia versión a partir de las dos anteriormente mencionadas y mis propios criterios. Para su puesta en escena utilicé dos objetos. Un ramo de claveles rojos y una muñeca de trapo.

El segundo en contar fue Israel Pardo. Contó El traje nuevo del emperador. Utilizó para ello la versión de Cristian Andersen, pero el origen de este cuento es mucho más antiguo. De echo la versión de Andersen está basada en una historia española recopilada por el infante Don Juan Manuel en El conde Lucanor. También Cervantes hizo una versión en su entremés El retablo de las maravillas.

Era la primera vez que Isra contaba para niños y lo hizo estupendamente al igual que Cristina Gregorio. Cris narró La niña de la caja de cristal que es un cuento de tradición sueca. Cris lo escogió porque su hermana está viviendo en Suiza, y por lo tanto, tiene un sobrino sueco. Le pareció que a través de este cuento se podría sentir un poco más cerca de él. Este podría ser uno de los poderes de los cuentos.

Finalmente contó Ani Calso con el cuento Espaminondas. Un relato negro del sur de Estados Unidos. Ani conocía este cuento desde niña cuando se lo contaba a su hermano pequeño antes de dormir. Ella conservaba un grato recuerdo de esta historia pues su hermano se reía a carcajadas con él y en La voz del cuento no ocurrió menos. El público se divirtió mucho. Espaminondas es un cuento de repetición de situación que en pleno S.XXI sigue cautivando a los espectadores.

Así terminábamos la temporada. Ahora volvemos tras las vacaciones con muchas gana de seguir desarrollando este ciclo en torno a los cuentos tradicionales para público familias.

La próxima contad será el 4 de septiembre a la misma hora y en el mismo lugar, pero mientras tanto:

Que los cuentos tradicionales os acompañen.

Crónica del 12/06/2016

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El pasado 12 de junio de 2016 fue la primera contada de un ciclo al que hemos bautizado como La voz del cuento. Se trata de una contada que se realiza una vez al mes, siempre en domingo y a las doce de la mañana, en la que se narran cuentos tradicionales para público familiar. Se lleva a cabo en la Asociación El despertador situada en la calle Grandeza española, 77.

La idea de este ciclo nace de la escuela de Héctor Urién. Es ella la que nos da la oportunidad de organizarlo a mi compañera Ani Calso y a mí. Nosotras siempre contamos, pero parte de la magia de esta propuesta es que en cada sesión nos acompañan como invitados dos o tres narradores, más o menos experimentados, para deleitarnos con su arte.

La sala estaba hermosa, llena de vida y expectación. Es un espacio rectangular. Al final y ocupando todo su ancho se encuentra el escenario suficientemente equipado. Nosotros pintamos una tela con el imagotipo del ciclo a modo de fondo de escenario. El texto: La voz del cuento y la imagen: Un árbol que es empujado por el viento haciendo que de éste se desprendan algunas de sus hojas, de distintos colores, iniciando un viaje del que no vemos el final. En el largo de la sala, justo al terminar el escenario, había una alfombra donde los más atrevidos se podían sentar. Seguido había un buen número de sillas y en la entrada se encontraba una pequeña barra donde poder tomar una bebida a muy buen precio.

Nos sorprendió la cantidad de público que había, más del que esperábamos, ya que no lo habíamos publicitado por ser la primera contada con idea de dejar un margen para la experimentación.

En esta ocasión tuvimos la gran suerte de contar como invitados con Héctor Urién y Mercedes Carrión. Dos narradores imprescindibles de la escena madrileña y española. Dos profesionales como la copa de un pino que hicieron de la contada algo delicioso. Algo de los que todos, grandes y pequeños, pudimos disfrutar.

Abrió la contada Ani con un cuento de tradición portuguesa, El pequeño conejo blanco. Ani además de ser narradora es maestra de educación infantil y se notó a la perfección su experiencia contando a niños. Ani quiere a los niños y los niños quieren a Ani. Los pequeños estaban totalmente entregados a todo lo que Ani y su cuento proponían. Los pequeños participaban con fascinación.

Después, contó, Mercedes Carrión. Narró Hansel y Gretel. Era la primera vez que lo contaba, pero parecía que llevaba haciéndolo toda la vida. Fue un espectáculo ver a esta mujer en acción. Mostró un gran dominio del espacio y unos recursos teatrales muy acertados. Todos los presentes recordaremos la entrada del personaje de la bruja. Mercedes la introdujo de espaldas al público y la dotó de una voz que hizo que los niños, hasta ese momento desperdigados por la alfombra, se apiñaran entre ellos buscando protección los unos en los otros.

El tercero en subir al escenario fue Héctor. Contó un cuento de Las mil y una noche, El principe y la tortuga. Héctor llegó con una energía arrasadora. De pronto ese hombre alto y corpulento se transformó ante el asombro de todos en un niño y jugó y los niños jugaron con él y no se perdieron detalle de la tortuga.

A mí me tocó cerrar y conté: La niña de los tres maridos. Un cuento recogido en Andalucía por Fernán Caballero, seudónimo éste de la escritora Cecilia Böhl de Faber y Larrea. Dicen algunos especialistas que se trata de un cuento feminista y también dicen, algunos de los allí presentes, que no lo narré del todo mal.

Al final surgió un debate improvisado, por aquellos que nos resistíamos a abandonar el local, entorno a lo que los cuentos tradicionales pueden aportar a los ciudadanos del siglo XXI. Sin duda había opiniones encontradas en determinados puntos. Nosotros seguimos empeñados en que estos cuentos que tanto nos han aportado durante siglos todavía tienen mucho que decirnos. Pero nos encantaría seguir debatiendo sobre qué, por qué, para qué y cómo debería de continuar acompañándonos nuestra tradición.

La próxima contada será el 17 de julio a la misma hora y en el mismo lugar, pero mientras tanto:

Que los cuentos tradicionales os acompañen.

Noche de San Juan en Almería

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La noche de San Juan, el veintitres de junio, se celebra muchísimo en mi tierra,  Almería. Fijaros si se celebra que el día siguiente es festivo. Y se celebra tanto no porque nos encante la fiesta, que también, sino porque es una noche mágica. Su origen se pierde en los inicios de la humanidad. Al principio era una fiesta pagana aunque después tratara de apropiarse de ella el cristianismo. Yo realmente lo que celebro es el solsticio de verano, es decir, la noche más corta y el día más largo del año. El triunfo de la luz sobre la oscuridad.

Allí la noche de San Juan se celebra yendo a la playa. Almería tiene mucha costa, la capital tiene su playa, pero son muchos los pueblos de la provincia que también tienen playa. Así que la gente se acerca a su playa más cercana o a la que más le gusta con sus amigos y familiares, con la gente que ama, con la que se lo pasa bien o con la que le ha tocado y encienden una hoguera, ponen la parrilla y asan sardinas y comen y beben todo lo que pueden. Canta, bailan y realizan rituales.

Yo por ejemplo hago el de poner en la hoguera antes de que esta sea prendida todo lo malo del año. Unos años he echado los apuntes de esa asignatura que todos hemos tenido que tanto nos a costado superar y que el profesor era un… Otros años he echado a un ex. No literalmente, no somos bárbaros. En esas ocasiones uno coge un papelito y escribe el nombre de su ex y lo echa a la hoguera. Y oye, funciona. Parece que no pero los rituales le sientan bien a la mente, realmente te ayudan a dar un pasito para desapegarte de esa persona que tanto amas.

También existen muchas leyendas como la de que si en la noche de San Juan coges una guitarra entre tus manos y te sientas debajo de una higuera cuando den las doce de la noche aprendes a tocarla en el instante. Dicen que Paco de Lucía lo hizo. Yo lo dejo ahí.

Otra es que si la noche de San Juan te desnudas, esto es sugerente, y te pones de espalda a un espejo y te miras en el a la luz de una vela a las doce de la noche verás el momento de tu muerte. Esto te corta el royo del tirón. Yo esto no lo hago porque me da un miedo.

Lo que sí hice y, por suerte o por desgracia, ha marcado el resto de mi vida. Fue la leyenda que un día, víspera de San Juan, escuché contar a mi abuela a mis hermanas. Yo tendría unos ocho años y era por la mañana, por la noche se hacían las moragas que darían paso al día de San Juan. Mi abuela estaba en su dormitorio, porque mi abuela vivía con nosotras, y estaba hablándole a mis dos hermana, Victoria Eugenia y Mari Lourdes, que tenían dieciocho y veintiún años respectivamente, ya eran mocicas. Yo entré por casualidad en el cuarto y escuché como mi abuela les decía que si esa noche, la noche de San Juan, se asomaban a la ventana la primera palabra que escucharan contendría en su propia inicial la inicial del nombre de su futuro marido. Es decir, que si escuchaban casa, la inicial de su futuro marido sería “c” y este podría llamarse Carlos o Ceferino, por poner un par de ejemplos.

Ni mi abuela ni mis hermanas repararon en mi presencia, por esta cosa que creen los adultos de que los niños no entienden, pero si entienden, a su manera, como todos, pero entienden. A mí me pareció que aquella información era valiosísima y decidí que fuera como fuera yo esa noche conseguiría saber la inicial de mi futuro marido.

Por la tarde mis hermanas se fueron a la playa. No me llevaron. Yo suponía para ellas un estorbo del que estar pendiente. Además mi madre nunca me hubiera dejado. Decía que allí había mucha gente y que me podía perder o ahogarme o vete tú a saber cuando peligros me acechaban detrás de cada esquina. A mí no me importó, así estaría cerca de una ventana cuando dieran las doce de la noche. Mi madre y mi abuela se quedaron también en casa, preferían la comodidad de que mis hermanas le subieran el agua del mar en una botella para lavarse los ojos a su vuelta. Lavarse los ojos con agua del mar una vez pasadas las doce de la noche de San Juan trae suerte durante todo el año.

Allí estaba yo sentada en el sofá con mi madre viendo la tele y esperando a que dieran las doce de la noche. Como todavía no tenía una idea clara sobre el tiempo le pregunté a mi madre:

  • Mamá, ¿qué hora es?

  • Las ocho –dijo mi madre.

    Al cabo de un rato, que a mí me pareció una eternidad, volví a preguntarle:

  • Mamá ¿qué hora es?

    A lo que mi madre me contestó:

  • Las ocho y diez.

    Y después de un rato aún más largo:

  • Mamá ¿Qué hora es?

  • Las ocho y cuarto, hija. ¿Qué te pasa con la hora? – Me preguntó mi madre.

Yo no le dije la verdad, no quería que supiera que tan chica ya pensaba en novios. Me limite a decirle que quería saber cuando eran las doce de la noche para pensar en San Juan Bautista y se lo creyó. Mi madre viendo la que le esperaba se levantó del sofá y fue a su cuarto a por el despertador. Un Casio blanco cuadradito que hacía mucho ruido al marcar los segundos, hacia: ti, tic, tic. Cuando querías dormir tenías que quitarle la pila porque si no el ruido no te dejaba, pero entonces tampoco dormías porque estabas nervioso por si no te levantabas a la hora indicada. Un infierno de despertador, vamos. Mi madre vino hasta el salón y me lo entregó, no sin antes explicarme que serían la doce cuando las dos agujas negras, la pequeña y la grande apuntaran a la vez a las doce.

Y allí me quedé yo, con el culo calado en el sofá, mirando el reloj, maldiciendo a las agujas que nunca terminaban de coincidir para señalar al doce y escuchando ese insoportable, tic, tic, tic… Eso si que era una meditación. Cuando cayó la noche todavía no coincidían aquellas estúpidas agujas y a mí me empezó a entrar un sueño, pero tenía que aguantar. Creo que di alguna cabezada, pero en una de esas veces que entre medias abrí los ojos vi que por fin las dos manecillas coincidían y miraban al doce. ¡Eran las doce de la noche! Me espabilé al momento. Estaba sola. Cogí una silla y la puse junto a la ventana y me subí a ella. Vivíamos en un cuarto piso sin ascensor. Lo del ascensor no es relevante para la historia pero imaginaros lo relevante que debía ser para mí. Muchas escaleras. Me asomé a la ventana, tranquilos, tenía rejas. Mi madre es muy previsora. Y escuché. Pero no se oía nada. La calle estaba desierta. Todo el mundo debía de estar en la playa o durmiendo. Seguí escuchando pero nada. A mí sólo llegaban los olores a leña quemada y a sardinas asadas. Casi estaba a punto de perder la esperanza cuando escuché algo. Era un grito lejano que llegaba a mí en forma de susurro y que decía: ¡España!

¿España? España, “e, e, e.” Empecé a pensar un nombre que empezará por “e”, pero sólo se me ocurría uno. Enrique. Llegados a este punto yo no querría ofender a nadie, pero lo cierto es que no se me antojaba que yo me pudiera enamorar de alguien llamado Enrique. Yo no sé porqué , quizás era porque la única persona que conocía con ese nombre era un niño de mi clase que la verdad es que no me resultaba muy agradable. Así que me fui a mi cama un tanto decepcionada y maldiciendo la hora en la que escuché esa leyenda y le hice caso. Mi marido no se podía llamar Enrique.

El tiempo fue pasando y yo de vez en cuando recordaba aquella noche, pero trataba con todas mis fuerzas de olvidarla. Hasta que un día conocí a Elías, Elías sí que era agradable. Era tan guapo que casi parecía una mujer y tenía un pelo fantástico. Él lo sabía y se lo había dejado un poco largo. Tenía una melena rubia y ondulada a la que a veces le salía algún tirabuzón. Fue un primer amor. Luego vino Eduardo. Un morenazo. Tenía la piel morena y el pelo negro y unos ojos más negros que el tizón. Eran tan negros que no podías distinguir la pupila del iris. Parecían dos canicas negras en las que no te daba miedo perderte.

Ya de mayor conocí a Edilio que estaba sólo a una letra de ser un idilio, pero entonces llegó a mi vida Elvis que movía las caderas tan bien como su tocayo famoso, pero que un buen día desapareció. Muchos dicen que está vivo. Yo no lo he vuelto a ver. Después conocí a Evangelino. Era más bueno, un santo, pero claro faltaba algo, una chispa, no sé y entonces encontré a Espartaco y cambié la paz por muchas, pero muchas muchas, noches sin dormir. Tenía un torso, unos brazos. Hasta que un día me dijo que tenía que irse a hacer la guerra. Yo le dije: No hagas la guerra hazme el amor, pero no hubo manera de convencerlo y se fue. Entonces conocí a Esopo, compartíamos pasión, quiero decir pasión profesional. Ambos éramos narradores. A él lo que más le gustaban eran la fábulas, pero era demasiado cuentista para mí y tuve que dejarlo y así llegué hasta Edipo, eso fue un error. Tenía que haberlo visto venir. Un día se presentó ante mí y me pidió que hiciera un trío con él y con su madre y ante aquel panorama salí corriendo hasta que tropecé con Esteban. Esteban era tan hermoso, pero no sólo de guapo era hermoso de grande, tenía una manos, un cuerpo, un todo… enorme, pero el pobre se ahogó. Yo fui a su funeral y os juro que cuando lo vi allí tumbadito con las manos en el pecho me pareció el ahogado más hermoso del mundo. Estaba muy triste pero encontré a Epicuro, un hombre cultísimo, le gustaba reflexionar, era todo un filósofo. Yo podía pasar días enteros escuchándolo hasta que me cansé y lo cambié por Eugenio. ¡Qué gracioso que era, Eugenio! Contaba unos chistes malísimos y se ponía muy serio para contarlos. ¡Era tan gracioso. El último fue Héctor que aunque empieza por “h” como esta no suena, pues vale.

Ahora estoy solita, esperando que la vida me presente nuevos hombres cuyo nombre empiece por “e” de España.